Imagen del artículo

Primera vez.

Cristian Vera

Escritor amateur
septiembre 16, 2010

17:50 Hrs.

Estoy frente a tu puerta, decidiendo si tocar o no. Aunque me has pedido que venga, después del desplante que hiciste la última vez que nos vimos, no estoy muy seguro de querer seguir viéndote, y mucho menos de entrar a tu casa. Tres años detrás de ti es demasiado. ¿Quién persigue a una chica tanto tiempo? ¿Y quién, en su sano juicio, corre después de un beso? No es como si hubiese sido el primero.

Quizá sea mejor no ponerte sobre aviso de que estoy aquí, simplemente irme y dejar que creas que has sido plantada. Aunque, pensándolo bien, no creo que te duela mucho. Porque he venido hasta tu casa. Debo quererte mucho para pensarlo tanto. No engaño a nadie: volver a salir contigo me ha descolocado completamente.

Entraré y terminaré con esto. Me he agenciado un compromiso a las siete como excusa perfecta para tener que irme. Entraré, pondré todo en su lugar calmadamente, te ayudaré rápido con tu tarea, explicaré que debo irme pronto y listo: tan felices y amigos como siempre.

Ya son las seis. Tocaré de una buena vez.

18:15 Hrs.

Mi determinación se ha ido al caño en cuanto te he visto. Es cierto que definitivamente no viste esto como una cita, porque me has recibido de una manera totalmente desenfadada: pants, una blusa de tirantes, tu cabello en una coleta y ni una gota de maquillaje. Y aun así, me has desarmado por completo. Muy mal este asunto de encontrarte bella en todas tus formas.

Me has desarmado en cuanto he entrado. Te has disculpado por correr de esa manera, diciéndome que te pusiste muy nerviosa, no supiste cómo reaccionar y, entonces, huiste. Mientras explicabas eso, no pude más que admirar tu fresca belleza, impoluta, como una figura perfecta. Te excusaste diciendo que, al no ser novios, no era correcto que nos besáramos así como así. Entonces, sin pensarlo, te pedí que fueras mi novia.

Tu rostro se puso serio y me miraste con azoro. No supe cómo interpretar eso, así que hice lo que me nació: me puse de rodillas, tomé tu mano y te pedí que fueras mi novia. El mármol de tu rostro se convirtió en un carmín profundo, y te arrodillaste conmigo mientras me abrazabas muy fuerte, diciendo:

—¡Sí! Sí quiero.

Estábamos a mitad de tu sala, aunque a mí me parecía un parque lleno de belleza por la razón de estar ahí contigo. Después de eso, me has besado, y la tarea se ha ido al caño. Por cierto, tienes unos labios exquisitos.

Ahora pienso que la tarea era solo una excusa para que fuera. He reparado en que es viernes y no iremos a la escuela en un par de días. Sí, caí como el mayor de los inocentes. Y aunque besarte es lo máximo, he puesto a trabajar mi cabeza para decirte que debo irme en quince minutos. Al final, debo cumplir al menos una parte del plan.

18:30 Hrs.

Del frío piso y de estar arrodillados hemos pasado a tu acogedor sillón, uno al lado del otro. Trato de obtener un poco de lucidez e intento despedirme, pero no me sale muy bien; se me escucha totalmente sin ganas y sin ningún convencimiento. Después de casi un año de no vernos, no puedo parar de decir que me encantas, que te extrañé mucho y que tus besos son el dulce más exquisito. Me da mucha vergüenza, pero debo partir por un compromiso ineludible, que debo partir justo en ese momento o no llegaré a tiempo.

Mi excusa debe tenerte sin cuidado, porque no has hecho más que sonreír y seguir besándome. Muy a mi pesar, has descubierto que me tienes en la bolsa. Aunque decir “a mi pesar” es una completa y total mentira, porque sinceramente estoy que me derrito por ti.

18:45 Hrs.

Mi intento de graciosa huida no ha rendido frutos, y aunque estoy cerca, tengo la sensación de que no podré escapar de ti. ¿Por qué estoy tan seguro? Bueno, quizá el hecho de que esté sobre ti tenga algo que ver. No es que no tenga fuerza de voluntad, sino que me resulta deliciosamente embriagador tenerte de esa manera. Quizá el que tus piernas rodeen las mías tenga algo que ver. La suave cadencia con que nos movemos definitivamente es la culpable de mantenerme ahí, y aunque mi mente grita que escape, simplemente no puedo.

Tu boca, tu olor, tu cuerpo son un manjar demasiado atrayente; se requiere mucha fuerza de voluntad para rechazar el calor que emanas, y no creo poseer tal.

19:15 Hrs.

No pienso más en mi compromiso de las siete. En cuanto has metido tu lengua en mi boca, he dejado de pensar cosas coherentes. Para efectos prácticos, ya no tengo control.

El tenerte entre mis brazos, respirar tu aroma, tocar tu cuerpo, el cúmulo de todas las cosas que de ti provienen, me ha perdido. Ahora te toco sin pudor alguno; mis manos se deslizan sobre tu piel, disfrutando su suavidad, aprendiendo tu tacto, tus contornos, memorizando cada centímetro de tu piel con mis dedos. Mis otros sentidos también se hallan exacerbados: mi gusto se deleita en tu boca, mi vista se recrea mirando el rubor de tus mejillas, mi olfato se embriaga en el olor exquisito de tu virginal vientre, porque puedo oler tu exuberante excitación.

Te digo que debo irme o no podré controlarme. Me respondes que tú tienes el control y que no debo preocuparme de nada. Simplemente asiento y dejo de pensar; el tenerte así me descoloca.

20:00 Hrs.

Con apenas vestigios de autocontrol, pasa por mi mente que debo irme a casa o esta primera (segunda) cita se pondrá demasiado intensa, lo cual no es buena idea, considerando que vine a ayudarte a hacer la tarea. Tus padres llegarán en cualquier momento y no creo que les agrade que me encuentren sobre ti y con mi lengua en tu boca. Trato de despedirme, pero pierdo miserablemente ante tus encantos.

20:15 Hrs.

Me has contado que tus padres están de viaje y que no regresarán en un mes. ¡¿Un mes?! Por mi cabeza, totalmente perdida, pasan la cantidad de cosas que podríamos hacer en un mes. Tengo ganas de quedarme aquí el mes completo. No es una buena idea, pero me tienes embriagado con tu olor y me intoxica la razón. Puedo sentirte ya dentro de mi piel, acariciando cada rincón. Te has quitado el sostén y, de nuevo, dejo de pensar. Mis manos acarician tus pechos, disfruto su suavidad, su tersura perfecta. Son apenas más grandes que mis manos, pero me colman de sensaciones increíbles, aunque solo he podido conocerte mediante el tacto, porque de ninguna manera has aceptado quitarte esa pequeña blusa de tirantes que me ha vuelto loco desde que crucé la puerta.

8:45 Hrs.

Ya no estamos más acostados. Te descubro sentada sobre mí. Tu blusa ha desaparecido definitivamente, y puedo ver y besar tus pechos con total soltura. Me encanta tu textura y tu sabor. Lanzas pequeños gemidos cuando entran en mi boca, lamiendo y succionando para darte placer.

Me confiesas que nadie te había tocado de esa manera, describes las sensaciones que te provoca y me pides que presione tus pechos con más fuerza.

22:00 Hrs.

Hace un rato que tus pantalones se han convertido en historia. Toco tus piernas sin pudor alguno y me recreo en tu blanca piel, besando cada centímetro disponible. Es un verdadero éxtasis tocar tu entrepierna. Aún conservas tu ropa interior, aunque estás tan mojada que parece que desaparecerá entre tus ávidos muslos. Es una verdadera locura lo que nos está pasando.

22:30 Hrs.

Hemos quedado en que me quedaré a dormir porque es muy tarde para irme. Afortunadamente, no ha pasado nada y ya nos hemos vestido de nuevo. Has acomodado un cuarto para mí.

22:45 Hrs.

Te has escabullido a mi cuarto. Recostada a mi lado, me susurras que te encanto y que deseas estar conmigo siempre. Los besos no se hacen esperar; las caricias vienen detrás de ellos. Mis manos buscan tu piel debajo de tu ropa y la sienten erizarse al contacto de mis dedos.

En poco tiempo, tu blusa y mi camiseta nos incomodan, así que lentamente nos deshacemos de ellas. Es realmente mágico ver tus pechos aparecer frente a mí. Empiezo a tocarlos, presionándolos con delicadeza, rozando tus pezones. Un ligero gemido escapa de tu boca y siento cómo te estremeces. Llevo uno de tus pezones a mi boca, luego el otro. Presiono tus pechos mientras me recreo lamiéndolos y succionándolos lentamente. Tenerlos en mi boca me parece la delicia más exquisita que han probado mis labios; me parecen turgentes volcanes a punto de hacer erupción.

Tu pijama te ha estorbado, y yo te he seguido. Así, en las sombras, semidesnudos, nos prodigamos caricias que nos llevan al límite. Puedo sentir lo mojada que estás y el calor exasperante que emana de tu vientre. Quiero hacerte mía, pero me recuerdas tu virginidad, así que paramos y nos damos pequeños besos mientras nos juramos amor eterno. No supe en qué momento nos quedamos dormidos.

Algún momento en la madrugada.

He despertado abrazado a ti. Mis manos se han adueñado de tus pechos mientras dormía, así que no me cuesta jugar con ellos. Sé que estás dormida, pero mis caricias empiezan a arrancarte suspiros, luego pequeños gemidos que me hacen darme cuenta de que lo estás disfrutando.

Te despierto con un beso, y respondes metiendo tu lengua en mi boca. Nos acariciamos lentamente, abrazándonos, apretándonos para guardarnos en la memoria de nuestra piel. Busco tu entrepierna con mis manos y te encuentro completamente mojada.

Estoy totalmente desnudo, y tú apenas llevas una panty; es apenas una excusa de tela lo que se interpone entre nosotros. Meto mis dedos debajo de ella y siento la calidez y humedad de tu pubis. Empiezo a tocarte con suavidad, lento, en pequeños círculos con dos dedos. Juego con tu clítoris, y no haces más que gemir. Quieres decirme algo, pero no logras completar las palabras. Estás muy mojada y caliente. Trato de quitarte la prenda, pero me pides que espere un poco más.

Pongo todo mi empeño en darte placer, y puedo sentir cómo te vienes y te derramas una y otra vez.

Hemos tomado un camino sin retorno. Has terminado de quitarte las pantaletas tú sola, has saltado sobre mí y has presionado tu pubis contra mi vientre. Es delicioso sentirte tan entregada, empujando tus caderas contra mi pene, subiendo y bajando, embadurnándome con tus jugos. Entonces me abrazas, me besas con ansiedad y me pides que sea tierno, gentil, que te haga recordarlo de manera especial.

Te pongo boca arriba, y me abrazas con tus piernas, presionando mis caderas contra las tuyas. Ardo en deseos de hacerte mía, pero quiero que lo disfrutes más. Aunque mi pene se ha colocado naturalmente entre tus labios vaginales, me alejo para llevar mi boca a tu vientre. Muy despacio, empiezo a lamer tus muslos, pasando a tus labios mayores, que están esponjosos y deliciosos. Continúo con tus labios menores, separándolos, buscando mi tesoro. Encuentro tu clítoris y empiezo a acariciarlo con mi lengua. Con mis manos, recorro tus piernas y noto cómo se eriza tu piel antes de otro orgasmo. Este hace que aprietes las piernas con fuerza, así que me detengo para dejarte reposar un momento.

Tardas pocos segundos en recuperarte y, entonces, mueves tus caderas en círculos. Yo disfruto del sabor de tu vagina, pero un segundo orgasmo te toma por sorpresa y tiemblas por completo. Creo que ya es tiempo.

Te beso, y el morbo de saber que estás probando tus propios jugos me excita muchísimo. Coloco mi pene a la entrada de tu vagina, y no puedes dejar de mover tus caderas. En un susurro, escucho que dices: «Despacio». Así que me tomo mi tiempo para entrar: primero, el glande. Arqueas la espalda y me abrazas con fuerza mientras jadeas. Empujo un poco más, y te quejas, pidiéndome que no me mueva. Me quedo quieto y empiezo a retirarlo y volver a introducirlo lentamente. Apenas había entrado, y estás tan estrecha que cada movimiento es una conquista.

Puedo sentir tus jugos derramarse sobre mí mientras avanzo y retrocedo, pero tu estrechez limita mi movimiento. Entonces, de pronto, penetro por completo y gritas un poco. Solo alcanzas a decir: «No la saques, no la saques». Me besas con furia y mueves las caderas. Noto cómo te lubricas y te adaptas a tenerme dentro. Ya no te quejas, solo gimes, así que empiezo a moverme también.

Ahí estamos, compenetrados, siendo uno. Me miras directamente a los ojos y entrecierras los tuyos. Siento cómo se eriza tu piel y se tensa tu vientre. Un orgasmo te hace abrazarme con fuerza y gemir como no lo habías hecho en toda la noche. Después, te abrazas a mí y te apagas de agotamiento.

Es la primera vez que realmente hago el amor a alguien. Lo que vivimos en ese momento fue especial en muchos sentidos. Entregué mi corazón en ese instante glorioso, así que cuando te digo «te amo», es verdadero y sincero. Pero ya no lo escuchaste.

Te doy un beso en la mejilla, te abrazo por la espalda y me duermo contigo.

Temprano, muy de mañana, te fuiste. Entonces, me levanté y me vestí. Fui a buscarte para despedirme con un beso y te encontré en tu recámara, durmiendo. Te cubría una bata blanca.

Al darte un beso, te dije: «Buenos días». Expliqué que tenía que irme a casa, que había disfrutado mucho nuestro primer encuentro y que te amaba hasta el último rincón de mi ser. Sonreíste y me pediste que no me fuera. Entonces, empezamos a besarnos de nuevo.

Temiendo no salir nunca de ahí, me levanté para irme. Fue entonces cuando te quitaste la bata y, desnuda, a plena luz, me rogaste que me quedara para repetir nuestro encuentro. En cuestión de segundos, mi ropa desapareció —no sé de qué forma—. Me acosté a tu lado y te besé con ardor.

Empapada en tus jugos, me abrazaste con tus piernas. Y al entrar, esta vez sin ningún problema, me dediqué a amarte sin prisa, disfrutando cada centímetro de la calidez de tu cuerpo. Cerrabas los ojos, gimiendo de manera poco controlada. Te pregunté si te gustaba, y me dijiste que te encantaba, que me amabas y querías estar así siempre. Nos prodigamos besos y caricias hasta terminar.

Entonces supe que nunca podría dejar de amarte. Con el tiempo, descubrí que tenía razón.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *