Luna roja, que asomas por el horizonte; luna llena, que anuncias tu próxima muerte y renovación, pintándote de sangre, ascendiendo en el cielo, despertando mis inquietudes. Luna vieja, luna muerta.
He caminado hacia ti, en busca de nuevos bríos, persiguiendo el horizonte que nunca llega, que me es imposible alcanzar. He caminado hacia ti y te he visto derramar tu sangre hasta quedar pálida y brillante, como en cada ciclo lunar.
Hoy he seguido tu rastro, recorriendo tu sangre áurea hasta hallarte sola y amaneciente, como un árbol de frutos secos; te he seguido en tu andar, viéndote derramar cada gota, cada lágrima, cada pedazo de vida, hasta quedar seca y a punto de expirar.
Te he seguido hasta que la sombra de las nubes me ha apartado de ti, y me he quedado observando el lugar donde antes brillabas fulgurante, donde ahora solo hay manchas negras cubriendo tu belleza, imaginando qué querías mostrarme al traerme aquí.
Aún podía ver el reflejo de tu risa ondeando en la quietud del mar, aún podía escuchar el susurro de tu voz estrujando mis sentidos, impulsándome a buscar aquellos besos en otros labios diferentes a los tuyos. Entonces fue cuando reparé en el sentido de tu brisa, cuando descubrí la razón de tu prisa, tu deseo, tan inerte, de traerme a este lugar.
A unos metros de distancia me esperaba una mirada, una sonrisa nacarada, una silueta retadora, mostrando sus encantos, invitándome a acercarme, a observar su mirada, a reír con su risa, a admirar su silueta desafiante y besar su sonrisa, a marcar una historia más en su lenta letanía.
Y te miré, retador, y pensé en tu fría indiferencia, en tu silueta escondida allí detrás, esperando a que me decidiera. Volteé a ver a la presa que aguardaba ser cazada y respondí a su sonrisa con un breve saludo en la distancia.
Mas no me atreví a acercarme. Fui lento, fui cobarde. Ella siguió retándome, y yo solo veía tu reflejo en el agua, balanceándote entre las olas, respirando tu aroma, embriagado por el recuerdo que aún descansa en mi almohada. Mirando tu reflejo en el agua, pensando, meditando… ¿En verdad eso deseabas?
La noche envejeció y las miradas se alejaron, no sin antes despedirse con un leve giro de manos. Y nuevamente te fui fiel, aunque tú no lo seas tanto.