Cielo carmín es mi vista, mi primera vista; hermoso cielo embarga mi ser. Cielo segundo, placer más profundo; pudiendo mirarte, no dejo de ver.
Cielo, te llamo, te pido, te ruego; te acerques a mí. Sonrío, te canto, ¡qué encanto! Caminas allí.
Mis ojos, posados en salado afán, buscan tocarte camino al mar.
No sé lo que siento, pues nunca he sentido. No sé lo que veo, pues nunca lo he visto. Sé que en mi pecho hay intenso clamor: clamor de tus besos, clamor de tus manos, clamor de quererte, abrazarte, tocarte, caminar junto a ti. Clamor es el sueño que habitas en mí.
Pálida arena compone mi cuerpo, arena durmiente de mar y de sal. Arena en tu cuerpo, arena en tus manos, dando vida a la vida de este pálido afán.
Noche estrellada, camino de estrellas. Camino, caminas; tus pasos se tornan en mí. Me rigen, me toman, provocan zozobras, alegres poemas de tus pasos en mí.
De pronto, te roba el pálido espectro de hombre con vida que llamas amor. Tomas su mano y, despacio, te alejas, dejando la arena, dejando mi sueño, rompiendo el camino que trazaste en mi piel. ¿Por qué me das vida si te marchas con él?
El cielo aclara, golpea mi cara, calienta con rayos mi salada piel. Mi piel, siempre sola, la que siempre te añora y no puedes ver, porque soy solo arena, esclavo del mar, remanso salado de lo que nunca será.
Y así, siempre te escribo desde esta punta del mar.