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Ese día supe que yo no entendía a las mujeres.

Cristian Vera

Escritor amateur
septiembre 18, 2010

Era un día soleado, de esos ricos que te dan ganas de pasarlos encerrado con tu chica, y precisamente estaba con ella, en ese parque que homenajeaba a los héroes de la Revolución. Ella había invitado a su amiga, quien creo que la estaba pasando un poco mal porque nosotros no hacíamos más que besarnos. Entonces, descubrí esa mirada de cuando se le antoja alguna locura y me susurró al oído:

—¿Quieres besarla?

Señaló a su amiga, quien nos observaba roja de vergüenza. Pude notar que ya habían hablado sobre esto y, para qué negarlo, era tan hermosa como mi novia. Se separó de mí y, empujándome un poco, dijo en voz alta pero sin gritar:

—Bésala.

Me corté un poco, pues nunca había hecho ni me habían pedido nada parecido. Su amiga estaba muy sonrojada, pero no se movía, esperaba espectante aquel beso. Mi novia se acercó y me empujó un poco más cerca de su amiga mientras me susurraba al oído:

—¿Te gustaría estar con las dos? Bésala.

Insistió una vez más, de tal manera que, entre su aliento en mi oreja, su empuje y el olor de su amiga, no pude resistirme y la besé.

Mientras disfrutaba ese beso que me supo a gloria por tener a las dos tan cerca, sentí cómo era empujado y luego recibía la cachetada más inesperada de mi vida. Cuando alcancé a reaccionar, mi novia me gritaba que era un cerdo, tomaba a su amiga de la mano y la llevaba casi a rastras a no sé dónde.

Su amiga me decía adiós con la mano, mientras sonreía y se sonrojaban sus mejillas.

Ese día supe que yo no entendía a las mujeres.

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