Te amo. Sí, aún con la fuerza de mil soles; no puedo dejar de amarte.
Aunque te moleste escucharlo, no puedo evitarlo; mi voz se desboca con la intensidad de gritarlo a cada momento, en cada suspiro, en cada palabra que sale de mi boca, en cada pensamiento que surge en mi mente, en cada escrito.
Todo aquello que deja huella está inspirado por ti: en el fulgor de tus ojos, en el eco de tu risa, en la suavidad de tus manos, en tu voz, que tomaba mi voz del aire inquieto que pululaba curioso entre nosotros, el mismo aire que me sigue a todas horas preguntando por ti, por cuándo regresarás. Todo me recuerda a ti.
Lo que soy me recuerda a ti, y no creo que se pase.
Y me duele que me hayas olvidado.
Me duele porque, para mí, es eterno. Me duele porque te amo y no dejé huella en ti.
Ojalá hubiera dejado huella en ti; una huella perenne como la que has dejado en mí. Me duele. Aún con la fuerza de mil soles.