Imagen del artículo

Ahora vienes.

Cristian Vera

Escritor amateur
marzo 16, 2018

Abro los ojos con esfuerzo; me duele ver. De nuevo dormí muy poco; ya son varios días así.

Casi siempre duermo poco, pero últimamente hay algo que ronda tanto mi cabeza que lo ocupa todo. Vienes. Y nada es como antes porque vienes.

Las cosas han tomado otro significado, hasta mi alegría ha regresado. Incluso hablamos mucho más que antes; te traigo siempre en la cabeza. ¿Por qué? Es una de esas preguntas que nadie puede responder. “¿Por qué no?”, siempre digo. Puedes ponerle el nombre que quieras: curiosidad, emoción, alegría. Felicidad. Felicidad por conocer a alguien impresionante. Hay muchos adjetivos con los que puedo definirte, y es probable que no creas ninguno, porque así eres: no terminas de creer lo maravillosa que eres, aunque lo seas. Y vendrás, ahora más pronto que tarde. Tú vendrás.

Ni siquiera vienes por mí; soy apenas una de esas casualidades benditas que regala la vida, una jugada del destino, ese en el cual no crees. Una casualidad que parece una trampa, como si ese destino (que no existe) hubiera urdido todo para traerte a mí, al menos por un par de días, de los cuales uno será para mí. Un día completo. Nada me debes, vida.

Desde que me avisaste —porque no pediste permiso, me avisaste— he estado obsesionado con estar ocupado todo el tiempo. Tanto, que siento que el día no me alcanza y, aun así, no hago nada. Estoy haciendo una cosa y ya planeando o ejecutando la siguiente. Y esa es parte de la razón por la que no duermo. Siendo sincero, es solo una excusa y, a mi pesar, debo confesarte la verdadera razón detrás de todo: saber que te conoceré me desquicia. No solo no duermo, sino que, cuando estoy despierto, estoy demasiado ansioso. Me pierdo haciendo cosas, pero te veo ahí, detrás de la cortina, y cuento los pasos para tu llegada.

He tenido la dicha de conocer otras personas, visitar lugares, asombrarme con pequeñas cosas, pero pocas veces me he detenido a mirar con el detenimiento, con el celo caótico y perenne con el que te miro a ti. Desde el primer día que te vi (o lo que se puede ver de ti), he pensado en tu bienestar. Supe que sufrías y quise consolar tu tristeza, llenar tu vacío. Te incité a los brazos de un niño mientras, en el fondo, soñaba con ser el dueño de ese amor desvencijado, de todas sus pequeñas partes. Te alenté a cruzar un océano para perseguir tus sueños a un tercio de mundo de distancia. Te dije que te quedaras allá a ser feliz, mientras, en secreto, soñaba con cruzar el mar para verte. Te situé en Chile y me imaginé escalando Machu Picchu para encontrarte. Hicimos planes para vagar por caminos despoblados, descalzos, persiguiendo gigantes, siempre como tu fiel escudero. Luego me rendí cuando volaste a los brazos de aquel a quien amaste siendo niña y no te busqué más. Entonces volviste. Volviste para contarme que te gustaba alguien más, y mi corazón se alegró, pero ya no soñé con recorrer el mundo detrás de ti. Te amé como aman los niños: solo porque sí y sin esperar nada a cambio.

Ahora vienes.

Cuento tus pasos, con esos ecos de asombrosa locura que dejas por dondequiera que pasas. Y aquí estoy: ansioso, tierno, loco.

Pongo esa mirada de quien no se inmuta, de quien no se asusta ni se asombra, de quien no enloquece al saber que te tendrá a menos de un golpe de vista, después de haber desechado todo sueño de ello. Estoy aterrado. Finjo lo mejor que puedo para no asustarte ni volverte loca con mis delirios. Me miento diciendo que serás como cualquiera, que cerraré mi pecho. Pero me engaño. Muero de ganas de que sepas quién soy, de qué estoy hecho, de dónde vengo. Me engaño y no me creo. Te engaño y no me crees, porque me conoces.

Pero vienes.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *