Maple despertó, e inmediatamente supo que ya no estaba en casa. La cama era cómoda, pero no era su cama. Y no había techo, podía ver el azul del cielo y las nubes decorándolo todo. Parecía una habitación, pero en vez de piso, había pasto, y en vez de paredes había malla ciclónica, decorada con enredaderas, las cuales tenían flores blancas. Nunca había visto este tipo de flores, eran extrañas, tenían pequeños puntos blancos en todos sus pétalos y un pistilo largo y delgado. También había espejos que parecía que brillaban, pero no mostraban un reflejo claro, sino difuso.
Se levantó de la cama y observó con más detenimiento. Parecía uno de esos laberintos de jardín, excepto que los espacios eran enormes, más amplios que su casa. Se asomó a la siguiente habitación y era también como un pasillo muy amplio, lleno de todo tipo de cosas; armarios, tocadores, roperos, incluso puertas, pero no en la pared, sino empotradas en ninguna parte, enhiestas firmemente sobre el pasto del pasillo. Todos los objetos tenían extrañas formas dibujadas en sus contornos, creía que era un lenguaje, pero no uno que ella conociese. Había viento, tenue, y el aroma de las flores lo embargaba todo, pero no escuchaba ni un sonido.
No estaba sorda, podía escuchar su propia voz. Pero no había insectos, ni animales, ni canto de pájaros. No había voces de gente, ni ruido de autos, nada en absoluto. Como si estuviera sola en el mundo. Sola en este mundo. ¿A donde habían ido todos?
Empezó a extrañar su casa, a su familia, así que decidió escapar de ahí, regresó a la primera habitación, encontró sus zapatos y calcetas a un lado de la cama, se calzó y empezó a recorrer el laberinto buscando la salida.
En principio no parecía un laberinto sino una casa llena de habitaciones, pero no había escaleras, ni puertas, ni, aparentemente, electricidad. ¿Qué haría si se hacía de noche? No estaba preparada para dormir a la intemperie, ¿Y si llovía? ¿Y si hacía mucho frío? No dejaba de preguntarse como había llegado a ese lugar.
Maple empezó a sentir cansancio, las habitaciones eran interminables y no se atrevía a alejarse mucho de la habitación original por miedo a perderse, pero era consciente de que debieron llevarla ahí desde algún lado, solo tenía que encontrar la puerta, escapar y pedir ayuda. Notó que aunque había luz de día, no podía encontrar el Sol por ninguna parte, ni tampoco sombra, pero no sentía como si la luz le quemara aunque llevase varias horas en ese lugar.
Gritó, por si alguien la escuchaba, quizá ella no podía escucharlos, pero sí podían escucharla a ella, al menos sus captores deberían regresar a intentar callarla, por el miedo a que alguien más la escuchara, pero nada ocurrió. Seguía sola, en medio de esa vastedad de artículos sin propósito aparente.
Se sentó frente a uno de esos espejos que no reflejaban bien, podía notar su cabello rojo, su pijama blanca, su piel blanca, pero no de manera concreta, ni siquiera borrosa, era como si la superficie del espejo bailara; no podía ser su vista, ella podía ver todas las cosas muy bien, incluso sus manos, sus pies, pero el reflejo del espejo era así, indefinido, volátil, impreciso.
De repente, el espejo se volvió aún más borroso, como si se desdibujara sin salirse de sus márgenes, y empezó a brillar, pudo notar que los puntos de las flores brillaban también, estaba ocupada notando eso cuando alguien salió del espejo.
—Hola, Maple.
Era una mujer pelirroja, usaba vaqueros, botas todo terrenos y camisa a cuadros.
—¿Quién eres tú?
El corazón le latía muy fuerte, había algo muy familiar en esa mujer, pero al mismo tiempo algo extraño y peligroso, era como verse al espejo. En diez años.
—Soy tú, o más bien un día tú serás yo. Es complicado.
Maple gritó y salió corriendo, —Esto es una pesadilla—No había manera de que ella fuera ella, ni siquiera tenían la misma edad, su cabello… —Ese es mi cabello—Era el tono exacto, el ondulado exacto, el mismo tono de piel, sus pecas —¡Esas son mis pecas! ¿!Por qué tienes mis pecas?!—Maple gritó y Maple número dos (O número uno, quien sabe) se rió con una sonora carcajada. Maple la miró confundida, y le gritó —¿Qué te causa tanta maldita gracia?—
Maple B, la miró, y sonriendo le dijo: —Ya pasé por eso, pero desde tu punto de vista, yo llegué aquí hace diez años, y tuve esta misma conversación con… ¿Conmigo? Que raro, incluso estoy diciendo las mismas cosas que me escuché decir—soltó otra sonora carcajada, —Realmente creí que esa mujer estaba loca y ahora todo tiene sentido para mí—. Maple se quedó mirándola. Trataba de entender que estaba pasando, pero no terminaba de comprenderlo, era demasiado para sus siete años de edad, —¿Quién me trajo aquí?— —Yo lo hice—Dijo Maple B, —¿Y por qué hiciste eso?
Maple B sonrió, se acercó, la abrazó y le sujetó los brazos.
—Maple, tenemos que encontrar a Frank.