Cristian meditaba en la soledad que reinaba en su vida. Se acercaba rápidamente a los 32 años, tenía más de uno sin novia y, antes de ella, cuatro. No veía promesas en el horizonte. Lo demás estaba bien: un buen trabajo coronaba su esfuerzo, sus hermanas eran felices, sus sobrinos sanos y traviesos, sus padres, llenos de dicha por todas las bendiciones que disfrutaban. Incluso los amigos que pasaron por problemas estaban muy bien ahora. Todo lo que le rodeaba estaba en un punto en el que no se le ocurría cómo pudiera mejorar. Se sentía muy bendecido; sin embargo, tenía la zozobra de la soledad.
Decidió ir a caminar y, entre tanto cavilar, se le agotó la tarde. Punteaba la noche cuando enfiló a casa.
Carlos caminaba de un lado a otro mientras la desesperación nublaba sus pensamientos. El más pequeño de sus hijos estaba en cama con mucha fiebre. Hacía dos meses que había empezado a toser, y la situación iba de mal en peor. Del apoyo incondicional, había pasado a discusiones interminables llenas de reproches de parte de su esposa. Sabía que no era su culpa (ni de ella), pero la preocupación por la salud del niño los hacía discutir amargamente, mientras los niños mayores lloraban por presenciar lo inimaginable: sus padres peleaban y parecía que ya no se amaban.
Eran dos meses amargos, los mismos que llevaba sin trabajo. Su incapacidad de llevar sustento a su mesa lo llevó a delinquir: hacía dos semanas que asaltaba en la calle.
Cristian pensó en Valeria, la chica del trabajo que le gustaba. Al día siguiente la invitaría a salir; era tiempo de echar suertes y salir adelante. Iba tan absorto en sus pensamientos que no notó que la calle estaba a oscuras.
Carlos vio a un muchacho descuidado. Pensó que podría conseguir suficiente dinero de él para no tener que asaltar a nadie más esa noche. No lo disfrutaba, pero sus niños necesitaban pan, y haría cualquier cosa por ellos.
Cristian se detuvo al ver su paso bloqueado por un muchacho apenas menor que él. Inmediatamente fijó la mirada en el brillo de la navaja que le apuntaba. Le habían enseñado a mantener la calma en situaciones estresantes, pero hoy no tenía humor para ser dócil. Tensó sus músculos, dispuesto a luchar de ser necesario, mientras se preparaba para correr.
Carlos se anticipó a sus movimientos. Le dijo que no lo intentara, que solo le diera lo que tuviera de valor, que era mejor así, sin problemas. No volverían a verse…
Cristian quiso correr, y la adrenalina invadió al joven padre. Trató de abatirlo con un tacleo, pero en ningún momento soltó la navaja.
Ambos cayeron. Carlos se levantó. No había tiempo para pensar. Rápidamente tomó la cartera del joven sin pensar en nada más y corrió. Corrió como nunca en su vida.
Cuando se sintió a salvo, se detuvo a tomar aire. Probablemente no tendría que robar a nadie más esa noche. El joven se veía de buena familia; esperaba sinceramente que la herida no fuera grave. Revisó la cartera y se sorprendió con la cantidad que encontró.
Llegó corriendo a su casa, tomó a su mujer y a sus hijos, y fueron de inmediato al médico. Había suficiente para pagarlo. El doctor los reprendió, llamándolos irresponsables. El niño no habría vivido mucho más de no haberlo atendido de inmediato, pero se pondría bien.
Carlos fue a la capilla del hospital y lloró mientras agradecía a Dios por permitirle salvar a su hijo. Entonces recordó a Cristian y revisó su identificación. Le dio las gracias y pidió a Dios que no lo hubiera herido de gravedad.
Cristian se arrastró hacia la banqueta. La luz de la calle estaba apagada, así que no podía ver su herida, pero notó que la sangre manaba profusamente. Maldijo su mala cabeza por no haber puesto atención a su entorno, sabiendo lo peligrosa que se había vuelto la ciudad. No pudo pensar mucho más, pues se desmayó por la pérdida de sangre.
Hoy, por la mañana, descubrieron a un desconocido. Murió desangrado por un arma punzocortante, presumiblemente un cuchillo. No llevaba identificación. Las autoridades dictaminaron que fue un hecho aislado de asalto con violencia.
Carlos leyó el periódico. Reconoció al joven de la noche anterior. Sus ojos se llenaron de lágrimas.
Su hijo vivía.
Y no había marcha atrás.
Había matado a un hombre.