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La despedida (v0)

Cristian Vera

Escritor amateur
febrero 9, 2014

Subí al tren y miré por la ventana; el reflejo me mostraba un semblante lánguido y cansado, con ojeras a punto de consumir esos ojos, ¿Cómo podía ese ser yo?; la lluvia asomaba en el horizonte, dando a ese rostro reflejado un aspecto melancólico y gris; el día pintaba triste, aunque los días anteriores habían sido soleados y calurosos. Que días aquellos los que se habían ido. Aunque hacía tiempo de esos días aún había esperanza de que terminara así, aunque mis ánimos no eran alentadores.

Entre un momento y algunas horas el sol había derramado en el cielo, se había revelado rompiendo las nubes y derramando un hermoso aroma en el aire; olía a humedad y a flores, olía a ti; un olor más que curioso para un día de principios de invierno en el cual no había planes de verte. Una sonrisa se dibujaba en el reflejo del cristal mientras las ojeras desaparecían, nuevamente desconocía al tipo del reflejo, era el rostro que tenía en uno de esos días cuando estabas tú. Entonces, sin aviso de ningún tipo ni esperándolo, subiste; tú, quien me había roto el corazón y habías dado un vuelco a mi vida; el viento traidor se robó mis nubes para traer tu sol y tus aromas; subiste al tren despidiendo ese olor tan tuyo a café tostado, ondeando tu castaño cabello ahora más largo que antes, con esa mirada tan profunda que taladraba mis sentidos; me miraste y sonreíste; te acercaste con ese caminar lento y dijiste hola; atiné a levantarme, patoso y torpe como siempre, con unas ganas muy ansiosas y muy mal disimuladas de abrazarte y decirte cuanto te amaba aún, pero no lo hice; mi espíritu cobarde asomó la cabeza y me dejó solo besar tu mejilla mientras me apartaba de nuevo a mi rincón, aquel que me servía de guarida mientras te observaba embelesado sentarte frente a mi; lo cual estuvo bien, por que alcancé a notar que no venías sola.

Detrás venía Rubén, tu novio; moreno, desgarbado y más bajo que yo, con un cierto aire a vándalo, aumentado mi desagrado por el hecho de estar ahora contigo, no parecía tan mala persona, pero nunca terminaba de gustarme. Detrás venía Marina, alta, delgada, más delgada aún que la última vez que la vi; de piel blanca, grandes ojos y grandes cejas, algo más de ojeras, vestida, como siempre, de negro, con su siempre amable sonrisa; detrás venía María, a quien solo conocía por boca tuya; morena, no alta, no baja, muy normal a simple vista, aunque extraordinaria según tú, ya habría oportunidad de comprobarlo.

Presentaste a Rubén y a María, saludé a Marina y nos sentamos juntos.

El lugar no era espacioso, pero cabían con soltura cuatro personas sentadas frente a frente, aunque nos las arreglamos para sentarnos los cinco sacrificando un poco de comodidad; te sentaste frente a mi, a mi lado Marina y Rubén a tu lado, María en una orilla luchaba por no salirse del asiento aunque tú y Rubén no ocupaban mucho espacio; y aunque él no paraba de abrazarte la plática se volvió amena y pronto llegó el momento de bajarme, al hacer intento de despedirme tomaste mi mano encima de la mesita que nos separaba rogando me quedara; expliqué que era importante llegar a donde iba. Explicaste entonces el motivo de tu viaje. Salías fuera de la ciudad para no volver.

Mi vida se había llenado de color por verte y ahora nuevamente se ensombrecía por la idea de no verte más. Toda posibilidad de algún futuro contigo manchaba mi horizonte con ahora cercanas nubes grises, ensombrecidas por la duda de si volvería a verte alguna vez, podía sentir su humedad y sombra esperando por mí en esa parada, y aunque era realmente importante llegar a donde tenía que ir, no pude vencer la tentación de seguir disfrutando de ese sol y aroma que solo llegaba cuando estabas tú, así que decidí acompañarte.

El viaje duró más de un día, dejé los rencores atrás y pude hacerme amigo de Rubén, Marina fue tan divertida que no pude recordar la última vez que reí tanto y María en realidad casi no habló; todo se le fue en sollozar de vez en cuando y mirarte con mucho amor, un amor tan tierno que me hizo entender el por qué la considerabas extraordinaria; ella te amaba con un amor profundo y dulce. Más eras tú quien me tenía sorprendido; todo eran risas y diversión, no parecía en lo absoluto que fueras a separarte de tu novio y tus mejores amigos, ni siquiera parecías triste por dejar de ver a tu familia, era como si lo que te esperara fuera tan grande que no importaba dejar una vida atrás, como si te hubiese resignado totalmente a ello.

El viaje fue muy extenso pero en ningún momento cansado, llegamos a tu destino y caminamos a donde vivirías de ahora en adelante. Tu paso era más lento de lo habitual, sin embargo era fuerte, dulce, admirable. Marina y María te miraban con amor mientras Rubén se quedó atrás un poco, entendí que esperabas que te acompañara en esos pasos cuando te tomaste de mi brazo con una calidez y arrojo que nunca sentí cuando estábamos juntos, no lo entendí más lo aprecié y te tomé la mano mientras caminábamos juntos en esa nuestra soledad por ese camino blanco a casa.

La casa, salvo por los muebles esenciales y unas lámparas que en ese momento me parecía daban mucha luz, estaba vacía; después de casi dos días por fin pudimos tener un momento a solas y aunque todos salieron, no te encontraba por ningún lado.

Revisé la casa con ánimo de conocerla, pero más con ánimo de encontrarte; era grande, amplia, cálida, como siempre habíamos soñado que sería el lugar donde viviríamos juntos, con ventanas amplias por todas partes y mucha luz; sentí un extraño deseo de quedarme en ella contigo, pero supe que no podía ser. Fue extraño encontrarte en la bañera, totalmente seca y con la ropa aun encima, como esperando lo que iba a pasar.

Por primera vez desde el vagón pude ver un dejo de tristeza en tu mirada, me acosté a tu lado y no dijimos nada; estuvimos ahí un rato, compartiendo sin hablar. Me mirabas con ternura y amor, una lágrima resbaló en tu mejilla izquierda mientras tu boca hacía una mueca por no llorar. Te veías tan valiente, tan única, que entendí el por qué te amaba tanto. Supe que me amabas también aunque ya no estuviéramos juntos, te acompañé al final del camino ¿No es así?  Pronto, cual horrible costumbre, arruiné el momento rompiendo el silencio, casi a punto del llanto te pedí que regresaras, que te quedaras conmigo, que olvidaras todo y comenzáramos de nuevo. Rompí en llanto confesando que te amaba. Que aún con mi corazón roto te amaba. Me miraste; tu mirada, lánguida y cansada se posó en mí; me abrazaste y no dijiste nada. Pude sentir un te amo y un gracias en ese abrazo. Pude sentir un adiós. Te acostaste de nuevo mirando el intenso blanco del techo; el llanto de mis ojos inundaba mi rostro antes seco, quise hablar nuevamente, pero el sentimiento que oprimía mi pecho no lo permitió, te abracé y me quedé dormido.

Desperté y ya no estabas. Descansabas en ese hogar de nuestros sueños. Te había perdido para siempre.

[Marina llamó esta mañana. Habías fallecido. Nos ocultaste el cáncer que se llevó tu vida en 6 meses ¿Hacía tanto que no te veía? Solo permitiste estar cerca a Marina, Rubén y María. Rubén no era tu novio, Marina me lo dijo. Ella Estuvo ahí cuando pasó, dijo que dormías, que despertaste, que sonreíste y le contaste como había estado ahí contigo. En nuestro hogar. Que te ibas a esperarme. Yo no pude hacer nada más que llorar. Lloré y lloré hasta que comprendí que no había sido un sueño. Que me habías dicho tan solo hasta luego y que nos veríamos pronto. Donde quiera que estés, si puedes leer esto, quiero que sepas que te amo].

[El mismo de siempre]

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