¿Qué le hace pensar que podría separarme de usted? ¿No ve que se ha convertido en el motor de mi existencia?
Cada mañana agradezco al Creador por la dicha de tenerla en mi vida, de ser partícipe de sus afectos y del galardón que es, por usted, ser amado.
Cada mañana pienso en sus ojos negros, en su ensortijado cabello y en la forma en que cubre su rostro. Se me van las horas esperando el momento de tomar sus tersas manos entre las mías y ser partícipe de sus risas, sus abrazos, sus besos… Esos besos que se han convertido en el alimento de mis días.
Si viera cuánto anhelo escuchar su voz decir “hola”, decir “te extraño”, decir “te amo”, lo anhelo con el mismo ímpetu con que deseo compartir el resto de mis días con tan maravillosa criatura: alimentarla, cuidarla, escucharla y, ¿por qué no?, llorarle y suplicarle cuando sea necesario. Porque también por amor se sufre, mas yo quiero sufrirlo con gusto, sin reparar en el costo, pues usted es para mí la joya más valiosa de este mundo.
¿Con qué podría compararla? El brillo del diamante se me hace poco al lado del fuego con que me mira; la belleza de las flores me parece burda al observar cómo es admirada; noto tosca la gracia de las aves al verla caminar. ¿No es verdad que no hay gracia mayor que la suya? ¿Cómo podría no amarla, siendo lo más bello que hay?
Desde el día en que la vi, quedé enamorado de su gracia y virtud, porque “cuando su mirada chocó con la mía, el tiempo no supo si seguir avanzando o colapsar”. Sería pecado ignorar tan claro aviso del destino.
Porque mis letras no son más mías, sino suyas. Porque, al respirar, mis labios susurran su nombre y no oigo otra cosa que el viento repitiéndolo. Mis manos, antes esclavas de mi voluntad, se someten a la de sus deseos. Tratan de pintarla con palabras, con tinta, con imágenes y situaciones que me parecen burlas. ¿Cómo se puede escribir o retratar la belleza? Nada encuentro que pueda compararse al sentimiento que me embriaga cada vez que está cerca.
Hablemos de cuando no está, de cómo un vacío se anida en mi pecho y solo desaparece al escuchar su voz.
Pequeña dama mía, no tema, que aunque la vida nos separe, no podré olvidarla. Perderla también sería invierno para mí. Le llevo ventaja en esto de sufrir, pues mi corazón ya llora por usted, aunque esté cerca. Las gotas de lluvia me cantan su ausencia y la luna se burla de mí por no tenerla conmigo. No, querida, no voy a olvidarla.
Paz a su alma, que mi corazón es suyo.
Por siempre suyo.